Imagina el ojo como un mapa. La parte blanca que ves se llama esclerótica y está cubierta por una fina capa transparente llamada conjuntiva. La conjuntiva contiene muchísimos vasos sanguíneos diminutos, tan frágiles que a veces se rompen. Cuando sucede esto, la sangre queda atrapada entre la conjuntiva y la esclerótica. A diferencia de un moretón en la piel, que se extiende, aquí la sangre no tiene a dónde ir y se acumula en un área bien definida, creando esa mancha roja intensa y, a menudo, muy llamativa.
Es importante saber que, aunque se vea como si tu ojo estuviera «sangrando» o «derramándose», la sangre en realidad está contenida y no va a salir. Lo más común es que la hemorragia subconjuntival no cause dolor, no afecte tu visión y no venga acompañada de secreciones. La única molestia que podrías sentir es una ligera sensación de picazón o cuerpo extraño en el ojo, y eso se debe a la pequeña protuberancia que la sangre forma bajo la conjuntiva.

Causas comunes de un vaso sanguíneo roto en el ojo
La mayoría de las veces, un derrame ocular ocurre por algo tan simple como un esfuerzo brusco. No siempre es por un golpe, de hecho, las causas más frecuentes no son traumáticas. Aquí tienes un listado de situaciones comunes que pueden provocarlo:
- Aumentos repentinos de presión: ¿Has tosido muy fuerte, estornudado con violencia o vomitado? ¿O quizá te has esforzado mucho al levantar algo pesado o al ir al baño? Estos momentos elevan la presión en las venas del cuello y la cabeza, haciendo que los capilares de la conjuntiva se rompan.
- Frotarse los ojos: Algo tan habitual como frotarte los ojos con demasiada fuerza puede ser suficiente para romper esos frágiles vasos.
- Medicamentos: El uso de ciertos anticoagulantes, como la warfarina, o incluso la ingesta regular de aspirina, puede aumentar la probabilidad de sangrado en cualquier parte del cuerpo, incluyendo el ojo.
- Lesiones oculares: Un golpe directo en el ojo, por mínimo que sea, puede causar una hemorragia subconjuntival.
En ocasiones, esta afección puede ser una señal de una condición médica subyacente. Si los derrames son recurrentes, sin una causa aparente, podría ser un indicio de hipertensión arterial (presión alta) o, en raras ocasiones, de algún trastorno de la coagulación. Por eso es vital que un especialista lo evalúe.
¿Cómo se trata y cuándo debo preocuparme?
La buena noticia es que, en la gran mayoría de los casos, la hemorragia subconjuntival no requiere tratamiento. Piénsalo como un moretón en la piel: tu cuerpo lo reabsorbe por sí mismo. El proceso puede tomar entre una y tres semanas, dependiendo del tamaño de la mancha. Verás cómo el color rojo intenso se va tornando amarillo a medida que el cuerpo disuelve la sangre, hasta que finalmente desaparece por completo.
Durante el proceso, no te apliques compresas frías ni calientes, ni uses colirios (gotas) no recetados, ya que no acelerarán la curación y podrían incluso irritar el ojo. Si sientes alguna molestia, puedes usar lágrimas artificiales para lubricar y aliviar la sensación de cuerpo extraño. Lo más importante es que evites frotarte el ojo.

Ahora, la pregunta clave: ¿cuándo es motivo de alarma? Aunque los derrames suelen ser inofensivos, debes acudir de inmediato a un oftalmólogo si la hemorragia subconjuntival viene acompañada de alguno de los siguientes síntomas:
- La hemorragia en sí misma no duele. Si sientes dolor, podría haber una lesión interna.
- Si notas que tu visión se vuelve borrosa o disminuye, es una señal de que algo más serio está ocurriendo.
- Si tienes derrames oculares con mucha frecuencia y sin una causa obvia, es fundamental descartar problemas de presión arterial o de coagulación.
- Si la hemorragia se produjo a raíz de un golpe fuerte o una lesión, es imprescindible que te revise un especialista para descartar un daño más profundo.
Recuerda, la clave está en el contexto. Una mancha roja aislada por un estornudo fuerte no es un problema. Varias manchas, sin causa, y con dolor, son una señal de alerta.
Para prevenir futuros derrames, el mejor consejo es simple: cuida la salud de tus ojos en general. Evita frotártelos y, si tienes condiciones como hipertensión o diabetes, asegúrate de mantenerlas bajo control con tu médico. Un chequeo oftalmológico anual te ayudará a mantener tus ojos sanos y a detectar a tiempo cualquier problema subyacente.